Esos días
Te levantas por la mañana y tienes un mal presentimiento, como si algo fuera a pasar hoy. Este no iba a ser tu día.
Vas al trabajo dándole vueltas a tu cabeza y tu estómago te los sigue recordando, aunque hayas desayunado como una reina. Durante toda la mañana te vas cargando poco a poco con peso que, en principio, no supera lo que sueles aguantar de normal. Sin embargo, por falta de organización, sales más tarde que de normal del trabajo y llegas a comer agotada. Crees que no te quedan fuerzas ni para coger el tenedor. De pronto, recuerdas que a las 16.00 tienes que volver al trabajo. Entonces comes lo más rápido que puedes para intentar descansar aunque sea media hora.
Comienza tu tarde. La hora de inicio la sabes, pero no la de final. Vas mirando cómo pasan las horas y te ves sola ante un trabajo que suponías de grupo. Aparecen tu mayor enemigo en este momento: el agobio. De repente, la única persona que podía arreglarte la tarde aparece para decirte algo. Sólo intentaba hablar contigo. En cambio tú no sabes hacer otra cosa que descargar tu peso sobre ella y la persona se va.
Tu mal presentimiento se ha cumplido.
Mucho más tarde, lo piensas en frío y te arrepientes de cada decisión que has ido tomando a lo largo de todo el día, desde que ha sonado el despertador hasta que has llegado a tu habitación después de cenar, pero sobre todo de esa última decisión.
¿Realmente era necesario que se cumpliera tu presentimiento o has sido tú la que lo ha llevado a la práctica? Todo el día lo has dedicado a ir encajando las piezas con un propósito. Si buscas un objetivo, sea positivo o negativo, luego no te sorprendas si lo consigues.
Los malos pensamientos llevan a acciones inadecuadas y, por tanto, a arrepentimientos posteriores. A veces, sólo basta con intentar coger aire y contar. Cuenta hasta 10, hasta 20 o hasta 100 si lo ves necesario. Cuenta hasta que creas que todas tus energías negativas se han separado unos centímetros de tí y dejan de ahogarte.