Plantar una semilla no podía ser tan fácil.
Un sentimiento nace de poner una semilla. Tu cometido es regarla y dejar que le de el Sol. Además, no estarás sola, pues un sentimiento nace de la interacción entre dos personas. Ambas van a tener que dedicar su vida a esa planta que, poco a poco, va creciendo y haciéndose más fuerte.
Llegan las temporadas, esas que tanto odiamos, esas que surgen de la rutina o del abandono de una actividad que no prospera. Ese momento en que tienes que ir sola a regar porque la otra persona "no puede". Ella regará su planta y tratará de mantenerla fuerte desde sus raíces hasta su último pétalo.
La planta necesita cada vez más agua, más Sol, más cariño... Al final se marchita.
¡Cuidado! Que la planta haya marchitado no implica que ese sentimiento se haya ido con ella. En esa tierra quedarán unos restos para siempre y serán esas dos personas las que decidan si volver a plantar una semilla o dejar de remover la tierra.